Me considero un urbanita. Me gustan las ciudades. No me gusta andar por el campo, pero por la ciudad, me chifla. Sin embargo, cuando llega el fin de semana, el cuerpo te pide campo, escaparte, salir a donde sea, norte, sur, este u oeste. No, al oeste no se puede ir, ya empezamos con los problemas de mi querido Océano. Al norte ya fuimos durante un largo fin de semana de escapada a Mendocino; al sur hemos ido en las vacaciones de Thanksgiving y al este vamos a ir en Navidad para esquiar en el lago Tahoe. No nos podemos quejar. Sin embargo lo hacemos. Y es que uno añora poder escaparse un par de días a algún paisaje bucólico, a un pueblecito solitario y tranquilo, a pasear junto al río, a observar los buitres sobrevolando los montes, a oler el humo de las chimeneas, a oir los pajaritos y no hacer nada, por lo menos hasta la hora del partido del Espanyol. He preguntado por aquí y me han dicho que lo más cercano está hacia el este, pasado Sigüenza y poco antes de llegar a Atienza. Ellos se piensan que está en Mexico porque han oído que es la provincia de Guadalajara. ¡Esa tierra es Santamera!, como decía Labordeta.
Mi gran amigo de infancia Alfonso Tertre ha estado allí durante el puente y me ha enviado unas fotos que nos han vuelto a humedecer los ojos. Santamerita, como la llaman los niños, es nuestro paraiso, nuestro retiro, nuestra medicina para curar el cuerpo, la mente y el alma. En esta época es cuando más lo disfrutábamos y cuando más lo echamos en falta: esos paseos interminables, mis escapadas en moto y las comilonas y vinitos con los amigos. No hay nada mejor. Pero voy a ser positivo, nuestro hígado está muy agradecido por haber dejado de ir allí por un tiempo, pero tranquilos, que volveremos para recuperar todo el tiempo perdido y esas botellas que nos lleváis de ventaja. Ya me conocéis.
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