Sí la música me emociona. Igual que a ti, ¿verdad? ¡Qué obviedad! Sí pero me apetece contarlo. Es mi mayor afición y siempre que puedo intento asistir a algún concierto. Soy omnívoro: un día es rock, otro día ópera, otro pop alternativo y otro cantautores. Quizás estos últimos son los que más hondo me llegan. Os cuento todo esto porque aun no me he recuperado del impresionante recital de Leonard Cohen en Oakland. Dicen que es su última gira; no es de extrañar, a sus 76 años. ¡Cómo disfruté! Primero, porque, como ya os contó Montse, por una vez eramos de los más jóvenes. La media de edad superaba los 60, los supervivientes de la generación de la canción-próstata...protesta, quiero decir; nuestro vecino de al lado llevaba prismáticos y el parkinson apenas le dejaba fijar el pulso. Pero sobre todo, porque a pesar de la edad, el eterno canadiense sigue teniendo esa integridad de pensamiento salpicada con chispas de ironía, que siempre le han caracterizado. Con su voz rasgada, la misma de hace cuarenta años, es un poeta capaz de transmitir emociones como nadie y es solidario y generoso con su banda como no he visto a otro músico. Pues bien, yo a estos conciertos voy a llorar. Es cierto, es una buena terapia. Llorar es muy sano cuando la lágrima está limpia de tristeza o drama. Uno tiene facilidad para la lagrimilla, ya sea en el cine, viendo el telediario o en un concierto. En cuanto se apaga la luz lloro. Durante buena parte de mi vida he seguido este tratamiento en los conciertos de mi admirado Lluis Llach que año tras año he seguido en distintas ciudades. Cómo lo echo de menos. Su adiós en Verges, aunque magistral, todavía no lo he superado y me cuesta oír sus discos porque me pongo triste al saber que ya no sigue tocando. Qué tipo más grande, como músico, como persona comprometida y como comunicador.
El domingo, Leonard Cohen también me emocionó, con su calidad musical y también porque me hizo regresar al lugar donde por primera vez escuché sus canciones. Arriba, en el estudio con mi padre, entre martillazos y brochazos. Le gustaba poner algún cantautor o algo de flamenco para desengrasar entremedias de Purcell y Schubert. Eran los primeros 70 y mi padre tenía el primer disco y algún libro de poemas de Cohen. Viendo a tanto abuelo bailando a mi alrededor le he imaginado a mi lado y claro, he llorado. Os pongo una canción para que lloréis conmigo, su bestseller es Suzanne pero mi favorita es esta Famous Blue Raincoat: http://www.youtube.com/watch?v=njQaFhTp2uI
He vuelto a empezar la semana muy blandito pero no me avergüenzo. Como decía Llach: "Ay, si no fuera por la tendressa".
Chico animate que llega la Navidasssss, Por cierto la rasta esa yo creo que es de pelo natural, no estoy segura se al regalo un amigo que tiene muchas. Se coloca enredándola a tu propio pelo y por lo que veo hacer a mis compis de clase se confeccionan a ganchillo, si como las abuelas enredando tu propio pelo o el de la rasta que no sabemos de quien es, y si huele mal. Ahora que ya estás más informada Montse te animo a que cuando llegues te traigas a Dieguito a que mi hijo le de unas lecciones de macarrería total y le coloque una rasta por debajo de la cresta, así es como empezó el luego se rapo la cresta y ahora ya no se como me lo encontraré estas navidades... Al menos a la puñetera rata le ha cambiado el nombre imaginar como le había puesto... Un pin para el que lo adivine.
ResponderEliminarMatilde, la cresta de Diego murió ayer por la tarde. Cuando llegó ayer por la mañana al cole su profesora le dijo que no podía asistir así a clase y que se tenía que cortar el pelo. Así que ayer por la tarde Diego sr cogió la máquina y le arregló como pudo la maldita cresta. Está todavía mas feo....
ResponderEliminarEl nombra de la rata..... No sé......Soraya.