No era mi objetivo para este año, pero no lo menosprecio. Mis grandes avances en la cocina son dignos de elogio y sumarán una nueva línea en mi curriculum. Además de apañarme con las pelusas y de haber conseguido distinguir lo que quiere decir ropa de color, he aprendido el complejo sistema de reciclaje de este país y he superado mi época de inútil doméstico con cierto toque machista.
Mi problema ahora es sobrevivir a la experiencia porque la maldita cocina encierra un montón de peligros. Ya os hablé en su día de las quemaduras por aceite hirviendo en mi antebrazo, seguidas del dedo en carne viva por meterlo en caramelo hirviendo, pero he perseverado en el tema y prácticamente a diario me achicharro la lengua probando la comida. Siempre igual: llega Montse y pregunta ¿le has echado sal? y el idiota del cocinilla mete la cuchara en la cacerola y directamente a la boca, carbonizando de inmediato todas las pupilas salibares esas, o como se llamen. Reconozco que hago una cocina "freestyle", improvisando permanentemente y con algunos experimentos que si me viesen los comensales quizás llamarían al Telepizza (aquí se llama "Pizza Orgásmica", sin coñas). El otro día, en el arriesgado trabajo de cortar las zanahorias en pedacitos, (cualquier día comen ragout con dedos), cayeron varios trozos en el desayuno de Lucio y directamente se fueron a la sartén. El resultado no fue malo "Ternera de Oregón, sobre cama de frutos de la huerta pochados al cola-cao"... Ninguno se dio cuenta.
Pero lo peor llegó la semana pasada cuando me puse a dudar frente al frigorífico. Pocas cosas hay en este mundo tan placenteras como abrir el "Federico", que decía Eugenio, y pasar varios minutos eligiendo, dudando o simplemente refrescándote. Pues eso, lo abrí; las dos puertas, la del congelador y la de la nevera, me apoyé dudando si dulce o salado, estaba casi hipnotizado cuando aquel inmenso cacharro se abalanzó sobre mí con la peor de sus intenciones y si no llega a ser por una encimera que se interpuso, ahora mismo sería un cadáver, congelado, pero cadáver. Eso sí el zumo de naranja fue a parar en mi cuello, el yogurt de un litro en mi rodilla y tres huevos que quedaban... Pues ¿dónde creéis que fueron a caer los huevecillos?
Y después de contaros mi estúpida anécdota con la "never in the chicken" os dejo con uno de mis chistes preferidos: "¿En qué se diferencian una cocina y el mar?... Que en la cocina hay cacerolas y en el mar se hacen solas". ¡Me parto la picha!
PAPILAS GUSTATIVAS, osea que la Montsita te pregunta todos los días si le has echado sal? y no será que lo hace a propósito para que te achicharres. Yo que tu tendría cuidadín, a ver si ha sido ella también la que ha aflojado las patas de la nevera...
ResponderEliminarEl desayuno de Lucio en la sartén ¿ Pero que desayuna Lucio ?¿ donde calentais el colacado? le vais a destrozar las "pupilas salibares esas" al pobre niño.
ResponderEliminarY que sabes lo que quiere decir ropa de color.....no tenemos ninguna duda.
La mujer del hermano mayor
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ResponderEliminarNo entiendo el chiste...
ResponderEliminarBesos
Matilde que mal pensá, ¿Como le voy a aflojar las patas a la nevera? Si me cargo a mi esposo....... ¡a ver quien cocina! No me compensa.
ResponderEliminarMarta Lucio desayuna colacado con cereales como cualquiera. El problema es que al mismo tiempo que preparamos el desayuno estamos liados con el lunch que se llevan al cole en los putos termos y........a veces hay confusiones.
Chiste: en la cocina hay cacerolas osea hay que hacer olas........me explico?
Caray Don Manuel, tenemos el día espeso...
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