domingo, 24 de abril de 2011

GRAND CANYON

Una de las cosas que más me gustan del mundo es andar por el monte. Cada vez que pasamos por uno de los increíbles Parques Naturales de este país me quedo con las ganas. A Diego lo de andar por andar nunca le ha entusiasmado, a Martín y Diego les da pereza. Siempre les divierte más ir en bici, patinete, skate o cualquier otro artilugio y además tenemos a Lucio, que la semana pasada cumplió cinco.
El otro día cuando llegamos a Grand Canyon pensé que me volvía a quedar con las ganas, pero Diego jr nos sorprendió diciendo: no nos podemos ir de aquí sin hacer una buena excursión. Se me iluminaron los ojos y empezamos a pensar qué podíamos hacer. Hay varias rutas por senderos muy bien señalizadas pero durísimas. En todas hay que bajar desde el borde del cañón hacia el río Colorado y volver por el mismo sitio, osea mitad cuesta abajo, mitad cuesta arriba. En la parte más alta, el cañón tiene una milla de altura, más de kilómetro y medio. Además estás a más de 2.000 metros y cuesta algo respirar. Nos decidimos por hacer un tramo de una de ellas. La noche anterior preparándolo todo tenía muchas dudas de si iba a ser una buena idea o un suplicio. Sabía que nos iba a tocar subir a Lucio en hombros gran parte de la subida, turnándonos. No hay agua en el recorrido y como no teníamos claro cuántas horas tardaríamos, llevamos bastante comida.
La bajada es por un sendero no muy estrecho pero con tramos con unos precipicios a los lados escalofriantes. Si tienes vértigo mejor que no lo intentes. De todas formas el camino era lo suficientemente ancho para no sentir miedo. A los quinientos metros de recorrido hay un cartel muy grande que avisa: no intentes bajar hasta el río y volver en el mismo día. Cada año hay 250 rescates complicadísimos de personas muy graves o incluso muertas de extenuación. Las rutas hasta el río varían de 36 a 25 km, ida y vuelta. Pero no estamos locos salimos con intención de hacer sólo el primer tramo y si lo veíamos demasiado duro en cualquier momento nos podíamos dar la vuelta.

La bajada la hicimos muy bien, a tramos corriendo con Lucio tirando de nosotros agarrado siempre de la mano. La verdad que la vista es tan bonita que es difícil no querer seguir adelante; los colores, la profundidad, las mesetas, los acantilados, te quitan el hipo pero el sentido común no nos borraba de la cabeza que cada metro bajado lo teníamos que subir. Bajamos y bajamos y al final llegamos a el destino que habíamos fijado. El camino se abre en una explanada con rocas enormes y algunos árboles. Comemos, descansamos una hora y vuelta. Hay treinta grados pero no pasamos calor por el fuerte viento que sopla continuamente. Nos esperábamos tan dura la subida que hasta se nos hizo corta. Al llegar vuelvo a leer el cartel que informa de la longitud de la ruta. Con esto de las millas y los kilómetros nos liamos. En total 9 km, la mitad cuesta arriba. Menos mal que no nos dimos cuenta antes de salir. No nos hubiéramos atrevido. Pero lo mejor de todo es que súper-lucio se la hizo entera andando, sin protestar y feliz de la vida. Incluso al final iba él tirando de Diego padre. Va a ser fuerte de narices este niño. Y yo feliz se lo han pasado tan bien que ya preguntan ¿Cuándo vamos a hacer otro hiking?

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