martes, 29 de marzo de 2011

EL AVIÓN QUE NUNCA QUISE COGER


Ya sabéis que no me gusta volar. Y eso que esta vez voy arriba, en las plazas más cómodas del Boeing 747. No llevo vecino y voy a mis anchas. El despegue ha sido el más espectacular que he visto en mi vida, como si estuviera preparado para los turistas, el avión ha bordeado a baja altura el mapa de la península de San Francisco: ha ido cogiendo altura hasta Ocean Beach y allí ha girado para entrar en la bahía por encima del Golden Gate; a nuestra derecha toda la ciudad de San Francisco con sus parques y sus barrios bien marcados, Sunset, Golden Gate Park, Richmond, Presidio, Marina y Pacific Heights. Veo la torre de Alta Plaza y el parque, alcanzo a ver los columpios y las pistas de tenis, casi casi distingo a Montse diciéndole a Lucito “mira que avión más bajo, igual va Papi dentro”.
Pues sí aquí voy, cruzando Sierra Nevada, más nevada que nunca y el desierto de Nevada, también nevado, las montañas de Colorado, blancas, y toda esa ristra de estados del interior que ninguno conocemos y por los que os decía ayer que había que tener siempre a mano un Mapamundi. Voy rumbo a París, avión de Air France directo, qué gusto, y luego una rápida conexión hasta Madrid. Como "Poulet au sauce du vin", ya os he dicho que la compañía es francesa, y un plum cake delicioso que me recuerda al que consumía en mi infancia cuando el conductor del autobús del cole nos traía los restos recién caducados de la fábrica de Bimbo. El poulet lleva vino, pero por si no es bastante pido una botellita de tinto francés, en botella mini de plástico, pero rico. Mis amigos periodistas siempre optaban por el alcohol para sobrellevar lo mejor posible nuestros largos vuelos hasta Japón o Australia. Yo nunca lo probé, hasta hoy. No está mal. Salvo porque el camarero de altos vuelos y altos sueldos, supongo, me ha mirado con mala cara cuando le he pedido la segunda botella.
Me gusta programarme los vuelos transoceánicos. Un rato de prensa, otro de música, otro de libro, otro de escribir y algo para dormir. Pero esta vez me está costando. Porque me han dado el L’Equipe como único periódico y viene una entrevista con Mourinho que la va a leer su padre, vaya tipo imbécil, vanidoso y prepotente. Perdón. Después porque el libro que estoy leyendo tiene demasiadas guerras dentro y quizás no está el mundo, ni mi mente, para ese tipo de lecturas. Y además la música me hace llorar, ya os lo conté en su día. En los últimos días de mi padre me dio por Lluis Llach y ahora me ha dado por Leonhard Cohen, más que nada por una cuestión idiomática. Deprimente, lo sé y me gusta. Tampoco me sale lo de dormir, así que mi único refugio es escribir, aunque sólo sea un ratito.
Qué espantosa sensación es la de ir a dónde no quieres ir. Yo estuve en Madrid hace unas semanas y no pensaba volver hasta julio y no me gusta volver a dejar a Montse y los chicos solos. No quiero volver. Sólo había un motivo que me podía obligar a hacer esto y tristemente se ha producido. Mi madre está muy mal. Todos lo esperábamos, pero eso no implica que cuando llegue el momento no sea duro. Por eso voy aquí subido, mezclando recuerdos con turbulencias y con la esperanza de que todo fuera un mal sueño. Pero no lo es.
Siento no poder poneros una fotografía aérea de la ciudad, pero es que soy tan bobo que no he cogido la cámara. Era preciosa.

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