10.250 Kilómetros. Es la distancia que separa San Francisco de Madrid. Nueve horas de diferencia. Larga distancia en el espacio y en el tiempo. Estas notas recogen las vivencias y anécdotas de una familia que vivió en California durante un año y volvió para contarlo.
sábado, 5 de marzo de 2011
AMANECE EN ÁFRICA
Después de la noche mágica tenía que llegar el amanecer, claro. Mi cuerpo está algo desorientado: con jet lag, sin W.C., sin ducha, comiendo cabra, saturado de tés y lleno de arena. Llevamos ya cinco días en medio del desierto conviviendo con el hospitalario pueblo saharaui. No puedo dormir, son las seis de la mañana y aun no han empezado a llamar al rezo, pero la dureza del suelo ha podido conmigo. Me canso de ver los cuadraditos escoceses del techo de la haima, juego al tres en raya con la imaginación. Siempre gano. Decido levantarme a dar un paseo. Hace mucho frío, me cubro con el turbante. Me pierdo entre las haimas, a oscuras, con el único sonido de alguna cabra madrugadora a mi alrededor. La situación es un tanto tenebrosa, debería tener miedo, pero voy más tranquilo que paseando por la puerta del Sol o por Market Street. A la izquierda empieza a aclararse el cielo y giro mis pasos hacia allá. No sé por qué extraño motivo cada vez que veo amanecer ando hacia el lado por el que sale el sol, podía ser al revés y le ganaría algo de tiempo. El sol aparece por mitad del desierto, viene de Egipto, Túnez y Libia, ¡qué curioso!, llega con nuevo brillo para el Magreb. También para los saharauis que ven en ese amanecer democrático un hilo de esperanza para que su situación cambie, cuando ese nuevo esplendor llegue a Marruecos. Sigo andando hacia el este, salgo de la zona de haimas, me para un coche de la policía, sorprendido de mi madrugador paseo; mi raza sirve de carnet de identidad y me deja seguir con gran amabilidad. Entro en la zona de corrales de latón, entre camellos y cabras, con una peste considerable y con algo más de miedo porque ya sabéis que los animales y yo no somos buenos amigos. Sigo andando cara al sol, como decía aquel. Ya estoy en medio del desierto con piedras, tierra y arena rodeándome. Es la zona donde se perdió y murió Rachid, uno de los hijos de Dumaha. Ahora sí que tengo miedo. Doy la vuelta y vuelvo hacia la haima. Ya es de día y la megafonía suena con fuerza ¡Allah Akbar!
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Y, después, llegas a la haima y despiertas al resto de los compañeros :)
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ResponderEliminarY hasta tienes tiempo de escribirlo, para que yo muera de la envidia...
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