
En este año de ritmo más relajado y en una ciudad tan curiosa como esta, hemos jugado a ese juego muchas veces. Ayer, sin ir más lejos, sentados en el Starbucks de la calle Powell intentamos distinguir algo del perfil de cada paseante sólo por su aspecto, pero no era nada fácil. Qué panda de gente rara, no había forma de encontrar a nadie de lo que podemos considerar como normal y cuando lo veíamos, era un turista. De verdad que cada uno que pasaba era un personaje misterioso, por su aspecto o su indumentaria o sus tatuajes o su corte de pelo o sus andares o incluso su olor. Esa sensación sólo la había tenido en Amsterdam hace un par de décadas cuando Montse y yo alucinábamos viendo las pintas de la gente por la calle. Claro que Amsterdam y Berlín son las ciudades que más me recuerdan a San Francisco, no por sus cuestas sino por esa atmósfera libertaria atufada de marihuana y llena de colorido.
Pero estos días, ese colorido es mucho más vivo y los personajes "curiosos" más numerosos y es que estamos en el fin de semana de la Pride, del orgullo gay, y la ciudad se ha llenado de reivindicativos homosexuales que pasean y compran los últimos modelitos para el desfile del domingo. Este fin de semana Castro rompe fronteras e invade la ciudad con toda la euforia provocada por la noticia llegada de Nueva York que permite las bodas homosexuales en aquel estado. Aquí se autorizaron hace tres años pero luego entraron en un confuso proceso legal de recursos y contrarecursos que aun no ha dejado claro el panorama. Pero eso no impide que Frisco sea la ciudad gay por excelencia y eso le da un toque muy especial.
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