lunes, 27 de junio de 2011

LA PRIDE Y LA NASCAR

Me llama un amigo. Otro más que quiere invitarnos a cenar. Ya no nos quedan días. Me pregunta que dónde hemos ido hoy, le digo que a la Pride y se sorprende: "¿Pero qué se os ha perdido allí, estáis locos?"
Llama otra madre del cole que quiere vernos. Le digo que nos vamos a la Nascar. Pone mala cara, puedo verlo por el teléfono, y dice: "¿A la Nascar, las carreras de coches, tú sabes que tipo de gente va allí, sólo camioneros?"
Dos curiosos acontecimientos que nos han tenido bastante entretenidos durante este último fin de semana en SF. El día y la noche, pero muy parecidos. Uno lleno de gays medio desnudos bailando alocadamente y lesbianas besándose por las esquinas. El otro lleno de barrigas cerveceras, gorras macarras, escotes achicharrados, bigotes y muchos tatuajes. En el primero, en pleno centro de la ciudad, junto al Civic Center, la música disco suena a todo volumen y apenas se puede hablar. Hay siete u ocho escenarios y se llegan a mezclar los sonidos y las voces de los distintos comentaristas. En el otro, en el circuito de Infineon, en una colina junto al precioso valle de Sonoma, el espectacular estruendo de cerca de 50 cacharros dando vueltas a la pista se funde con los gritos de un insoportable comentarista que no para de hablar en toda la mañana. Cuando se van a enterar los comentaristas de los eventos que ellos son un complemento o una pieza del espectáculo y no el espectáculo en sí. En el momento estelar de cada evento quiero oír el ruido de los coches, las motos, las bicis, los homosexuales o los aplausos del público y sólo oigo al speaker chillar.
En los dos hace calor y la gente se quita algo de ropa, en la Pride un poco más. Todos sudan, pero los de la Pride huelen algo mejor. En la Nascar las gradas repletas dan alaridos en cada adelantamiento o en cada accidente; en la Pride los gritos son cada vez que aparece algún elemento con un disfraz estrafalario o lo contrario, es decir, sin disfraz de ningún tipo.
Son públicos muy distintos, me imagino hacer un intercambio por unos minutos. Las lesbianas revolcándose en la hierba de la pelouse con los oídos tapados para no oír los coches y los camioneros eruptando y tirándole cosas a los bailarines gays del escenario del Ayuntamiento.

El caso es que yo me lo he pasado muy bien en los dos sitios, porque siento simpatía por el movimiento gay y porque llevo gasolina en la sangre, y eso que no soy camionero, ni pierdo aceite.

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