miércoles, 23 de febrero de 2011

LA CALLE CLEMENT Y EL EMPORDÀ

Siempre que puedo me pido crema catalana (aquí la llaman creme brulee). Desde que era muy pequeño me chifla y además me trae buenos recuerdos de mi añorado Empordà. Ayer no. Me la trajeron carbonizada, en lugar de caramelizada y yo, que soy gilipichis, metí el dedo para ver si aquello tan negro estaba cristalizado. No lo estaba, todavía. Como resultado, además de un sonoro grito, un dedo en ascuas rebozado con caramelo hirviendo. Hoy todavía estoy dolorido, con una ampolla digital en 3D, moderno que es uno, y sin ese sentido del tacto tan útil e injustamente menospreciado en este blog.
El caso es que con una porra por dedo no me apetecía cocinar y he decidido sacar a pasear al coche e irme a la calle Clement, una de nuestras favoritas de la ciudad. No es que sea muy bonita, pero tiene un ambiente muy curioso, pues es la espina dorsal del barrio de Richmond, donde habitan una buena parte de los asiáticos que no están en China Town. Nos encontramos muy bien allí porque somos los que mejor ingles hablamos con diferencia y te da un subidón a la autoestima.  Allí he paseado; he comprado pescado crudo o pescado seco o pescado podrido; he pasado horas en la mejor y más bohemia librería de la ciudad "Green Apple Books"; he cogido un libro bastante interesante con intención de comprarlo, pero cuando ya lo iba a pagar he visto un comentario de un crítico que decía que era un gran libro de autoayuda y he decidido que la autoayuda me la hago yo mismo, sin pagar el libro; he comido arroz tres delicias con pollo troceado con sus propios huesecitos por $4,25; he escupido los huesecillos; he visto a las mujeres vietnamitas o coreanas o malayas pelearse en el puesto de patas de pollo a granel; he hecho cola para llevarle a Montse el mejor dim-sum de la ciudad, pero no he tenido paciencia; he tomado una tarta de queso en el más divertido café de San Francisco, el Toy Boat, café-juguetería y he pedido un capuccino para tomármelo en el coche; me he quemado la lengua y me ha sagido ua anmboya gomo ga deg dedo y no cuedo habar; para refrescar, me he tomado la espuma del café con un sobrecito de ketchup a modo de cuchara; la asiática del coche de al lado me ha mirado con desprecio y sorpresa y he leído en sus labios: "Están locos estos occidentales".

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