Fue toda una experiencia ver a una familia china regateando para llevarse varios de los juguetes de Lucio o un hippie trasnochado hablándome de "Manitas de plata" para conseguir buen precio por las guitarras. Lo cierto es que todas nuestras posesiones han ido saliendo poco a poco. La mayoría, vendidas a bajo precio, pero vendidas; otras regaladas a nuestros mejores amigos y lo demás donado al colegio y a Goodwill, unas ejemplares tiendas gestionadas por y para los homeless.
Y la casa está vacía, esperando al dueño que la revise y nos devuelva la fianza. Vacía y triste, como nosotros. No lo podemos ocultar, lo estamos pasando mal. Fue más fácil salir de Madrid porque sabíamos que dejábamos mucho atrás pero que pronto volveríamos. Aquí, por mucho que digamos que vamos a regresar y que les vamos a volver a ver a todos, no sabemos cuándo ni cómo será.
Hoy, cenando con nuestros amigos Susan y Paul y Mila y Brian en el restaurante más cercano a casa, Frankie, su propietario, un húngaro que ha vivido en Italia, España y San Francisco, se ha fundido en un abrazo y con lágrimas en los ojos nos ha regalado una botella de buen vino californiano. En ese momento me he acordado de una situación similar hace un montón de años. Estábamos en Brasil y entablamos buena amistad con un periodista local; cuando nos despedíamos, un amigo periodista español, ya fallecido, dijo fríamente: "Hasta nunca". A mi me dejó helado y pensativo, pero en el fondo tenía razón.
Por eso nos vamos tristes pero orgullosos de ver que hay mucha gente que nos quiere bien a todos. Esta tarde, mientras cerrábamos la última maleta, ha sonado el timbre, he ido a abrir y he visto unas niñas que salían corriendo. En el suelo habían dejado una tarta casera recién hecha para Martín y aun no sabemos quiénes eran. Por eso entenderéis que no podamos decir hasta nunca.
Coño, qué tristeza...
ResponderEliminar¿Ande estáis?