10.250 Kilómetros. Es la distancia que separa San Francisco de Madrid. Nueve horas de diferencia. Larga distancia en el espacio y en el tiempo. Estas notas recogen las vivencias y anécdotas de una familia que vivió en California durante un año y volvió para contarlo.
domingo, 26 de enero de 2014
HASTA LUEGO
Despedimos Sanfran al amanecer. Nunca antes lo había visto; perezoso que es uno. Me gustan sus puestas de sol desde la playa, en el bien llamado barrio de Sunset, con la luz apagándose al fondo del Pacífico. En cambio el amanecer hay que verlo desde la city, viendo como se iluminan los rascacielos del centro cuando el sol se asoma por encima de las colinas de Oakland y estampa la sombra del Bay Bridge contra los cristales de las grandes empresas.
Tampoco había visto pues, el atasco de los coches repletos de ejecutivos, creativos, community managers o informáticos que salen a borbotones de la ciudad desbordando la 101 hacia San Jose, hacia el Silicon Valley. Es temprano y voy de mala leche. Por el madrugón, porque vamos hacia el aeropuerto para dejar esta ciudad, por el atasco... el caso es que me están cayendo gordos todos estos madrugadores curritos de la civilización triunfadora. Ellos no tendrán la culpa, se limitan a cumplir con su cometido, levantarse, subirse en el coche, llegar a Facebook, sentarse delante del ordenador a contar "Me gusta" de la gente o a Google para buscar esas cosas tan raras que cada uno les preguntamos. Ellos son los héroes de la sociedad digital, aunque se sigan desplazando en algo tan rudimentario como el coche, son los triunfadores de la globalización. La zona de la Bahía de Frisco es la más próspera del país y posiblemente del mundo, a pesar de sus homeless y de los asesinatos en Oakland.
Y mirando tanto frikismo junto, recuerdo una entretenida conversación que tuvimos con unos amigos el otro día, en la que ironizábamos sobre la globalización y el éxito de las nuevas tecnologías, las "puntocom" y las redes sociales. Es verdad que en San Francisco no hay crisis, porque cada día se crean aquí cientos de nuevas aplicaciones para los teléfonos inteligentes, nuevos gadgets para los ordenadores, distintas maneras de comunicarse... La auténtica revolución digital tiene su epicentro al sur de la Bahía, pero los daños colaterales ocurren muy lejos de aquí. Es lo que tiene el mundo global: un californiano crea y se forra con una App para viajeros y como consecuencia cierran agencias de viajes de todo el mundo; un americano inventa y se forra con un libro electrónico y manda al garete a la mitad de las editoriales del mundo; un sanfranciscano lanza y se forra con un juego tonto para niños y manda al paro a buena parte de los jugueteros de Ibi y alguno de Murcia...
Suena a coña, pero es verdad, internet ha sido el detonante de la caída de grandes sectores de negocio convencional y lo que era un tejido industrial bastante extendido por el mundo ha sido sustituido por un reducido grupo de empresas y de jóvenes emprendedores que se lucran de forma desmesurada. Sí, así es, cada vez que se lanza una nueva y original aplicación para el móvil, suben los precios de las casas en California y crece la lista del paro de países bien lejanos, como el nuestro.
Por eso, cuando he subido al avión y he comprobado que el cien por cien de los viajeros tenía un artilugio electrónico entre sus manos y como autómatas aporreaban teclas con sus pulgares, he sentido una gran desazón y he corrido a refugiarme en las páginas de un buen libro de papel, de El Acantilado, impreso en Barcelona. Aún así, no te guardo rencor San Francisco. Nos vemos pronto... ¡Digo yo!
miércoles, 22 de enero de 2014
SAN FRANCISCANOS
Esta ciudad es bonita por su escena geográfica y atractiva por su gente. La atmósfera única, que distingue a San Francisco del resto de ciudades de Estados Unidos, no está sólo hecha de tranvías subiendo cuestas y de puentes colgantes; el verdadero encanto de Frisco está en sus aceras, en sus parques, en sus playas, donde campean a sus anchas esos seres tan peculiares y originales, que se hicieron merecedores de una sección en este blog: los San Franciscanos.
La ciudad sigue ahí, las cosas han cambiado ligeramente, uno llega y parece que no se haya ido, ya no impacta ni el sonido del cable bajo las calles, ni la sirena de mediodía, ni las focas del puerto, ni la sopa tomada en un pan, ni la celda de Al Capone, ni la sobrecogedora puesta de sol en el Pacífico... Sin embargo, por más que recuerdes al San Franciscano, no deja de sorprenderte. En una ciudad que no llega al millón de habitantes, con más de la mitad de la población oriunda (ya sean asiáticos o latinos), con turistas por doquier, uno no consigue andar dos manzanas seguidas sin cruzarse con algún extraño elemento digno de aparecer en dicha sección. Gente original, simpática o no, sin complejos, daltónicos, histriónicos, reivindicativos, bohemios, libres o no, sensibles, artistas, raros, homosexuales o no, pacíficos, exhibicionistas, líderes de opinión, creativos... Personas que hacen lo que les da la gana en una ciudad abierta, libre de los estrictos moldes del Tío Sam.
Hoy, en un par de paseos, me he cruzado con una manifestación por los derechos de los gays, con un policía discapacitado con muletas, con un homeless lavándose los dientes en un baño público, con un guitarrista haciendo tributo a Grateful Dead, con varios perros flauta, con algún yayo flauta, con un grafitero legal y civilizado, con deportistas de todos los colores, con una camarera de Málaga, con un atleta de El Sálvador, con un profesor de skate, con un cuidador de perros... Y he recordado que ellos son los que hacen mágica a esta ciudad.
Y la hemos recorrido, colina arriba, colina abajo, para saludar a nuestros viejos amigos y encontrar que detrás de los disfraces, más allá de la tecnología y el glamour de la capital digital del mundo, uno encuentra el calor de tipos muy grandes. Así que he terminado el día sentado a los pies de la cama de mi amigo Duncan, convaleciente de una lesión de espalda, hablando de la libertad y la democracia en el mundo, de las contradiciones de su país y del mío, de Snowden, Manning y Assange. Los dos, indignados, hemos llegado a la misma conclusión, que estando tan lejos físicamente, estamos muy cerca.
No está mal esta gente.
La ciudad sigue ahí, las cosas han cambiado ligeramente, uno llega y parece que no se haya ido, ya no impacta ni el sonido del cable bajo las calles, ni la sirena de mediodía, ni las focas del puerto, ni la sopa tomada en un pan, ni la celda de Al Capone, ni la sobrecogedora puesta de sol en el Pacífico... Sin embargo, por más que recuerdes al San Franciscano, no deja de sorprenderte. En una ciudad que no llega al millón de habitantes, con más de la mitad de la población oriunda (ya sean asiáticos o latinos), con turistas por doquier, uno no consigue andar dos manzanas seguidas sin cruzarse con algún extraño elemento digno de aparecer en dicha sección. Gente original, simpática o no, sin complejos, daltónicos, histriónicos, reivindicativos, bohemios, libres o no, sensibles, artistas, raros, homosexuales o no, pacíficos, exhibicionistas, líderes de opinión, creativos... Personas que hacen lo que les da la gana en una ciudad abierta, libre de los estrictos moldes del Tío Sam.
Hoy, en un par de paseos, me he cruzado con una manifestación por los derechos de los gays, con un policía discapacitado con muletas, con un homeless lavándose los dientes en un baño público, con un guitarrista haciendo tributo a Grateful Dead, con varios perros flauta, con algún yayo flauta, con un grafitero legal y civilizado, con deportistas de todos los colores, con una camarera de Málaga, con un atleta de El Sálvador, con un profesor de skate, con un cuidador de perros... Y he recordado que ellos son los que hacen mágica a esta ciudad.
Y la hemos recorrido, colina arriba, colina abajo, para saludar a nuestros viejos amigos y encontrar que detrás de los disfraces, más allá de la tecnología y el glamour de la capital digital del mundo, uno encuentra el calor de tipos muy grandes. Así que he terminado el día sentado a los pies de la cama de mi amigo Duncan, convaleciente de una lesión de espalda, hablando de la libertad y la democracia en el mundo, de las contradiciones de su país y del mío, de Snowden, Manning y Assange. Los dos, indignados, hemos llegado a la misma conclusión, que estando tan lejos físicamente, estamos muy cerca.
No está mal esta gente.
lunes, 20 de enero de 2014
I LEFT MY HEART IN SAN FRANCISCO...
...And here I am to pick it up. Casi tres años después hemos vuelto a nuestra segunda ciudad, a recorrer sus calles, subir sus cuestas, respirar su marihuana, tomar su sol de invierno, respetar sus pasos de cebra, flipar con su hipsterismo y gritar cruzando el Golden Gate. Todo sigue igual, todo está en su sitio. Sin noticias del big one (el terremoto), ni de la big one (la crisis) con lo cual la bahía respira optimismo y buen rollito por todas partes.
En estos tres años ha pasado por aquí la America's Cup vertiendo un poco más de dinero y de lustro sobre la ciudad y han celebrado el 75 aniversario del puente más famoso del mundo y que sigue siendo permanente fuente de ingresos por el turismo. También los Giants han ganado un nuevo título y los 49ers se han situado en la élite (tanto que esta tarde se la juegan para entrar en la Superbowl). En la ciudad hay nuevos edificios, Twitter está remodelando toda la parte más cutre de Market street y los chinos han comprado bloques enteros de apartamentos. El exploratorium ha cambiado de sitio y ahora está en un muelle al lado del Ferry Building; el Bay Bridge ya está ensanchado, el tráfico es más fluido y por la noche está iluminado con leds; su hermano rico, el Golden Gate, también se ha agilizado con un nuevo sistema de peaje por imagen (te leen la matrícula y te cobran el importe del peaje en tu Visa). Mis parques favoritos, Dolores Park y North Beach se han popularizado tanto que ya no hay quien encuentre medio metro de hierba en el que sentar tus posaderas; el campeonato de originalidad, frikismo y hipsterismo se ha desbordado y ya nadie esconde ni el porro, ni el alcohol en lo que es todo un ejemplo de macrobotellón civilizado, con retretes químicos instalados por el ayuntamiento y jóvenes civilizados que se llevan la basura que producen. Los homosexuales siguen estando en la ciudad de sus sueños, aunque recientemente han recibido dos golpes bajos de calado, la vuelta atrás en los matrimonios del mismo sexo y la prohibición de mostrar sus vergüenzas en público.
Lo que no cambian son los grandes contrastes a los que nos tiene acostumbrados esta sociedad y de los que no me cansé de hablar mientras este blog estuvo activo. Cada mañana decenas de autobuses de lujo salen de la ciudad más maravillosa del mundo para llevar al Silicon Valley a los muy bien pagados empleados de Facebook, Google, Yahoo, Apple... Y con gran civismo se detienen en los pasos de cebra para que crucen de forma parsimoniosa los homeless más desarrapados del mundo, medio chiflados, medio fumados y totalmente incorporados al paisaje de la ciudad, tanto que no se les ve si no les miras.
Y lo mejor de todo para los turistas, aunque empieza a ser una pesadilla para los locales, es que la niebla, el viento y el frío se han quedado más allá de Hawai y mientras en el este del país las pasan putas con la ola de frío, en California hace más calor en enero del que nunca haya hecho en verano.
No está mal esta ciudad.
En estos tres años ha pasado por aquí la America's Cup vertiendo un poco más de dinero y de lustro sobre la ciudad y han celebrado el 75 aniversario del puente más famoso del mundo y que sigue siendo permanente fuente de ingresos por el turismo. También los Giants han ganado un nuevo título y los 49ers se han situado en la élite (tanto que esta tarde se la juegan para entrar en la Superbowl). En la ciudad hay nuevos edificios, Twitter está remodelando toda la parte más cutre de Market street y los chinos han comprado bloques enteros de apartamentos. El exploratorium ha cambiado de sitio y ahora está en un muelle al lado del Ferry Building; el Bay Bridge ya está ensanchado, el tráfico es más fluido y por la noche está iluminado con leds; su hermano rico, el Golden Gate, también se ha agilizado con un nuevo sistema de peaje por imagen (te leen la matrícula y te cobran el importe del peaje en tu Visa). Mis parques favoritos, Dolores Park y North Beach se han popularizado tanto que ya no hay quien encuentre medio metro de hierba en el que sentar tus posaderas; el campeonato de originalidad, frikismo y hipsterismo se ha desbordado y ya nadie esconde ni el porro, ni el alcohol en lo que es todo un ejemplo de macrobotellón civilizado, con retretes químicos instalados por el ayuntamiento y jóvenes civilizados que se llevan la basura que producen. Los homosexuales siguen estando en la ciudad de sus sueños, aunque recientemente han recibido dos golpes bajos de calado, la vuelta atrás en los matrimonios del mismo sexo y la prohibición de mostrar sus vergüenzas en público.
Lo que no cambian son los grandes contrastes a los que nos tiene acostumbrados esta sociedad y de los que no me cansé de hablar mientras este blog estuvo activo. Cada mañana decenas de autobuses de lujo salen de la ciudad más maravillosa del mundo para llevar al Silicon Valley a los muy bien pagados empleados de Facebook, Google, Yahoo, Apple... Y con gran civismo se detienen en los pasos de cebra para que crucen de forma parsimoniosa los homeless más desarrapados del mundo, medio chiflados, medio fumados y totalmente incorporados al paisaje de la ciudad, tanto que no se les ve si no les miras.
Y lo mejor de todo para los turistas, aunque empieza a ser una pesadilla para los locales, es que la niebla, el viento y el frío se han quedado más allá de Hawai y mientras en el este del país las pasan putas con la ola de frío, en California hace más calor en enero del que nunca haya hecho en verano.
No está mal esta ciudad.
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