
Tampoco había visto pues, el atasco de los coches repletos de ejecutivos, creativos, community managers o informáticos que salen a borbotones de la ciudad desbordando la 101 hacia San Jose, hacia el Silicon Valley. Es temprano y voy de mala leche. Por el madrugón, porque vamos hacia el aeropuerto para dejar esta ciudad, por el atasco... el caso es que me están cayendo gordos todos estos madrugadores curritos de la civilización triunfadora. Ellos no tendrán la culpa, se limitan a cumplir con su cometido, levantarse, subirse en el coche, llegar a Facebook, sentarse delante del ordenador a contar "Me gusta" de la gente o a Google para buscar esas cosas tan raras que cada uno les preguntamos. Ellos son los héroes de la sociedad digital, aunque se sigan desplazando en algo tan rudimentario como el coche, son los triunfadores de la globalización. La zona de la Bahía de Frisco es la más próspera del país y posiblemente del mundo, a pesar de sus homeless y de los asesinatos en Oakland.
Y mirando tanto frikismo junto, recuerdo una entretenida conversación que tuvimos con unos amigos el otro día, en la que ironizábamos sobre la globalización y el éxito de las nuevas tecnologías, las "puntocom" y las redes sociales. Es verdad que en San Francisco no hay crisis, porque cada día se crean aquí cientos de nuevas aplicaciones para los teléfonos inteligentes, nuevos gadgets para los ordenadores, distintas maneras de comunicarse... La auténtica revolución digital tiene su epicentro al sur de la Bahía, pero los daños colaterales ocurren muy lejos de aquí. Es lo que tiene el mundo global: un californiano crea y se forra con una App para viajeros y como consecuencia cierran agencias de viajes de todo el mundo; un americano inventa y se forra con un libro electrónico y manda al garete a la mitad de las editoriales del mundo; un sanfranciscano lanza y se forra con un juego tonto para niños y manda al paro a buena parte de los jugueteros de Ibi y alguno de Murcia...

Por eso, cuando he subido al avión y he comprobado que el cien por cien de los viajeros tenía un artilugio electrónico entre sus manos y como autómatas aporreaban teclas con sus pulgares, he sentido una gran desazón y he corrido a refugiarme en las páginas de un buen libro de papel, de El Acantilado, impreso en Barcelona. Aún así, no te guardo rencor San Francisco. Nos vemos pronto... ¡Digo yo!